Dejar librado al público todo lo producido por la tierra durante el año de Shemitá (séptimo año)
“Seis años sembrarás tu tierra, y recogerás su cosecha; mas el séptimo año la dejarás libre, para que coman los pobres de tu pueblo; y de lo que quedare comerán las bestias del campo; así harás con tu viña y con tu olivar.” (Éxodo 23:10-11 RVR60)
Explicación del mandamiento.
Éxodo 23:10-11, expresa lo siguiente: “Seis años sembrarás tu tierra y recogerás su cosecha; más el séptimo año la dejarás libre para que coman los pobres de tu pueblo y de los que quedare comerán las bestias del campo; así harás con tu viña y con tu olivar”. De acuerdo con Levítico 25:2, este mandamiento está dirigido exclusivamente para el pueblo de Israel al momento de su entrada a la Tierra prometida, y aunque este es el entendimiento literal de dicho mandamiento, no debemos olvidar que también contiene un sentido espiritual para todos nosotros.
El Eterno ordenó esa instrucción no solo con fines agrícolas, sino que al mismo tiempo buscaba probar el corazón del pueblo. Recordemos que las civilizaciones antiguas de hace 3,500 años estaban involucradas con la idolatría, con los dioses de la lluvia, la luna, el sol y todos los astros, pues existía la creencia de que, gracias a estos dioses, podían disfrutar de las bendiciones de la naturaleza, tales como las cosechas, y por ende asegurar su sustento.
Por otro lado, en el mundo antiguo no existía la noción de tomar un tiempo de descanso, los pueblos se enfocaban en conquistar y en enriquecerse, por lo que a través de este mandamiento El Eterno le enseña a Israel una forma de romper con el pensamiento de las demás naciones, al ordenarles claramente que ellos no procederían de la misma manera que ellos, serán diferentes al confiar y obedecer Su Palabra. El Señor les dice: “Ustedes van a trabajar en el campo seis años y el séptimo año lo van a dejar libre, no van a arar, no van a sembrar. Todo lo que la Tierra produzca será para los pobres, para los animales del campo.” (RVR60) Definitivamente sería una grandiosa oportunidad para dedicarse mucho más al estudio de la Torá, dada la disponibilidad de tiempo que ahora tendrían.
En el séptimo año, la gente tenía que ir al campo, aunque no tenían que llevarse todo a sus hogares, sino a recolectar el producto de lo que necesitaran para su sustento, tal como dice en Levítico 25:6-7: “Mas el descanso de la tierra te dará para comer a ti, a tu siervo, a tu sierva, a tu criado, y a tu extranjero que morare contigo; y a tu animal, y a la bestia que hubiere en tu tierra, será todo el fruto de ella para comer.” (RVR60). Algo que es importante resaltar, es el hecho de que no era Moisés quien estaba dictando estas leyes al pueblo, sino que provenían directamente del Todopoderoso, pues Moisés no podía garantizar ni asegurar que iba a haber lluvia, que las cosechas se producirían de manera abundante, sino que todo dependía completamente del Señor. Esta es una evidencia inequívoca de la naturaleza divina de la Torá, de su sobrenaturalidad, por lo que a nosotros no nos resta más que confiar en El Eterno y en la fidelidad de Su Palabra. Si Moisés hubiera sido el autor de estos mandamientos, ¿Qué habría sucedido si no se hubiera cumplido lo que él estaba diciendo? Desencadenaría una gran crisis, y por ende, la ruptura de la credibilidad de las instrucciones dadas a través de Moisés, así como de su propio liderazgo, y aún más si recordamos que el pueblo solía dudar y murmurar constantemente a pesar de las maravillas y milagros que presenciaban.
Con todo esto, podemos entender que la prosperidad y el sostenimiento del pueblo dependía (y depende) del Eterno, y de la obediencia de Israel a Sus instrucciones. Si no obedecemos, habrá consecuencias. En Levítico 26:3-4 dice: “Si anduviereis en mis decretos y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, yo daré vuestra lluvia en su tiempo, y la tierra rendirá sus productos, y el árbol del campo dará su fruto.” (RVR60)
¿Qué pasó con el pueblo de Israel?
¿Obedeció al Señor? No lo hizo, dejando en evidencia su falta de confianza en la fidelidad del Eterno. El Señor lleva un registro de todo lo que hacemos, no se le escapa absolutamente nada. Tarde o temprano vendrá la vara de corrección, pues nos ama, y debido a ello no nos dejará sin disciplina. En Proverbios 3:1 se nos dice: “Hijo mío, no te olvides de mi ley…” (RVR60), y continúa en el versículo 5: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia.” (RVR60) Asimismo, en el verso 11, nos exhorta: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (RVR60). Debemos recordar que el Señor es misericordioso, que siempre está esperando nuestro arrepentimiento, como dice en 2 Pedro 3:9: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (RVR60).
Sin embargo, la desobediencia de Israel no tomó por sorpresa al Eterno, pues Él ya lo sabía, estaba profetizado, tal como lo vemos en Levítico 26:33-35: “… Y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades. Entonces la tierra gozará sus días de reposo, todos los días que esté asolada, mientras vosotros estéis en la tierra de vuestros enemigos; la tierra descansará entonces y gozará sus días de reposo. Todo el tiempo que esté asolada, descansará, por lo que no reposó en los días de reposo cuando habitabais en ella.” (RVR60). Al respecto de esto, existe un comentario sobre la causa por la cual el Eterno envió a Israel por 70 años al exilio en Babilonia, que fue precisamente por la desobediencia a este mandamiento de dejar descansar la tierra en el año séptimo, desobediencia que se mantuvo por un periodo de 490 años. Técnicamente, El Eterno les “acumuló” el castigo por todos los años que no permitieron el descanso de la tierra en Israel.
¿Qué podemos aprender de esto?
En términos prácticos, que el Señor nos ama, que ama a Su Pueblo y quiere lo mejor para nosotros, razón por la cual nos proporcionó esta instrucción sobre el guardar el reposo de la tierra cada séptimo año, con el objetivo de que esta recuperara sus nutrientes, y de esta manera, la cosecha del año siguiente fuera muy abundante. Además de lo anterior, El Eterno también nos instruye a ayudar a nuestro prójimo, a pensar en ellos y no solamente en nosotros mismos, en las personas en vulnerabilidad, tales como los que se encuentren en una condición de pobreza o necesidad, situación que desgraciadamente siempre existirá en nuestra sociedad, tal como nuestro Mesías Yeshúa expresa en Mateo 26:11, por lo que este mandamiento es de vital importancia para mantener tanto la estabilidad de la naturaleza y de la misma sociedad.
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