388. El precepto de cuidar El Santuario (Templo)
391. No abandonar la custodia del Santuario (Templo)

Ambos mandamientos se agrupan, ya que están relacionados y refieren a un tema en común.
Para entender todo el contexto se incluye desde el versículo 1 en adelante:

“Jehová dijo a Aarón: Tú y tus hijos, y la casa de tu padre contigo, llevaréis el pecado del santuario; y tú y tus hijos contigo llevaréis el pecado de vuestro sacerdocio. Y a tus hermanos también, la tribu de Leví, la tribu de tu padre, haz que se acerquen a ti, y se junten contigo, y te servirán; y tú y tus hijos contigo serviréis delante del tabernáculo del testimonio. Y guardarán lo que tú órdenes, y el cargo de todo el tabernáculo; mas no se acercarán a los utensilios santos ni al altar, para que no mueran ellos y vosotros. Se juntarán, pues, contigo, y tendrán el cargo del tabernáculo de reunión en todo el servicio del tabernáculo; ningún extraño se ha de acercar a vosotros.Y tendréis el cuidado del santuario, y el cuidado del altar, para que no venga más la ira sobre los hijos de Israel.” (Números 18:3-5 RV60)

Explicación del mandamiento:

Este capítulo nos habla acerca de las responsabilidades, beneficios que tendrían los sacerdotes y levitas para servir al eterno y cómo habrían de ser sostenidos. Del versículo 3 al 5 se deducen estos dos mandamientos que corresponden a la época del tabernáculo, siendo estos preceptos del tiempo de Moisés y que continuaron desarrollándose en el templo en el reinado de Salomón. Se deduce de los mismos que habría una guardia dentro del templo o para resguardar y mantener el orden, ya que el mismo era el punto común de todos los Israelitas, el punto central de encuentro en la relación que buscaría cada uno con el Eterno para poder acercarse a Dios, dado que allí se encontraba el altar de los sacrificios para la expiación del pecado, muchísimas personas se reunían en este lugar a celebrar las fiestas por lo que las multitudes y lo que implicaba el servicio requería de gente que resguardara el templo de continuo.

En los evangelios también se confirma esto en el libro de Lucas 22:52:

“Y Jesús dijo a los principales sacerdotes, a los jefes de la guardia del templo…”(Lucas 22:52 RV60)

, o sea que quienes arrestaron a Jesús no fueron los soldados romanos, sino la guardia del templo, había un grupo de personas que estaban autorizadas a arrestar a los que no acataran las disposiciones y eran responsables de mantener el orden.

El templo contenía tesoros, alimentos, tenía un gran valor espiritual por lo que era importante que todo se llevara a cabo sin inconvenientes, por ello los levitas optaron por designar a algunos de los que eran parte del llamado de Dios a montar una guardia, a ser soldados del templo, no para la guerra sino como una guardia real que se dedicaba a resguardar, a proteger todo lo que implicaba el templo, Dios les da esta responsabilidad a los levitas y ellos tenían que ser diligentes en esto incluyendo tanto a la guardia como a ellos mismos y a los sacerdotes para que evitaran el acercamiento de extraños a las cosas sagradas, nadie que no fuera levita o sacerdote estaba autorizado a entrar y ellos debían de velar para que así se cumpliera, como así también guardar, preservar que se mantuviera el respeto por la santidad del lugar, cuidar el santuario y otros aspectos como el mantenimiento, la limpieza, el orden, la purificación.

Solo los levitas podían ingresar a ciertas áreas, los sacerdotes podían entrar a las instancias de las cámaras internas como al lugar santo y solo el sumo sacerdote ingresaba al lugar santísimo.
Las evidencias arqueológicas muestran lo que hubiera sido el templo y numerosos espacios como el mikve, lugar de purificaciones, donde las personas antes de ofrecer el sacrificio hacían Tevilá, una purificación, se limpiaban de todas las inmundicias que podían haber tocado o traído consigo, ya que no podían entrar hasta que no se hubieran purificado. Los levitas debían guardar o resguardar estos principios que mantenían un nivel de santidad, pureza y respeto por las cosas sagradas y por el templo.

Yeshua mismo, aunque no era levita, sentía este celo por Dios como hijo del Padre; en Juan 2: 14:

“Y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. 15. Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; 16. Y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mí Padre casa de mercado. Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume”. (Juan 2: 14 RV60)

Aquí también vemos este mandamiento expresado cuando Yeshua afirmó: “No hagan de la casa de mi Padre una cueva de ladrones”, o sea que no solo dejó esta responsabilidad a los levitas, sino que les recordó el mandamiento porque no lo estaban cumpliendo, la gente que se encontraba en el templo no estaba llevando a cabo este trabajo de la mejor manera, perdieron el sentido del mandamiento y su importancia, no solo permitieron lo que la Tora prohibía, sino que también se instalaron ladrones en el interior del templo que lo usaban como lugar de lucro, había demasiada corrupción, permitían animales que no eran aptos (Kosher) para los sacrificios, las personas negociaban con los mismos y se perdió la santidad.

Según el comentarista Maimónides, dentro de la guardia del templo se reconoce que había 24 lugares, correspondiendo 3 grupos de sacerdotes en el interior y 21 que estaban en las áreas externas, uno de ellos en particular daba rondas por las noches a quien se le llamaba “El hombre del monte del templo” era una especie de inspector, vigilaba a los mismos levitas, si los encontraba durmiendo los golpeaba con una vara y estaba autorizado inclusive a quemarles las vestiduras, ponía como ascuas de fuego en las ropas para que los levitas se quemaran por no estar velando.
El templo permanecía siempre abierto y vigilado las 24 horas del día, no porque Dios necesitara una guardia o que su presencia se manifestara ahí, sino que se les daba la oportunidad a los levitas y al pueblo mismo de aprender a actuar con santidad, con reverencia, con temor, tomando la responsabilidad que Dios les dio, recibiendo sus bendiciones, siendo beneficiarios de las mismas tal cual cómo podemos hacerlo hoy en día, demostrando a través de la obediencia nuestro amor hacia El Eterno.

Podemos trasladar esta idea a una congregación o a nosotros mismos, ya que Dios dijo que Él sería un pequeño santuario donde quiera que habitemos, también a nuestro propio hogar al considerarlo como un santuario o templo para Dios donde Él more y su presencia se manifieste, donde su palabra se exprese, cuidando que nada profano se instale o entre a nuestras casas, ideas, filosofías, sutilezas, personas que puedan dañar la santidad del lugar donde vivimos o a nuestra familia. Somos responsables de preservarlo, de cuidarlo, debemos de velar, estar firmes, en guardia y en oración constante, sabiendo que hay un adversario, examinar qué personas permitimos que entren a nuestras vidas y a nuestras casas que son santuarios, debemos resguardar, defender los valores que Dios nos ha dado y que aparecen en la Biblia, debemos ser guardias de la sana doctrina, del temor y el respeto que debe de haber en nuestro hogar hacia Dios. Nuestro cuerpo también es un templo, la Palabra lo dice así por qué El Espíritu de Dios mora en nosotros, por lo tanto, debemos cuidar este santuario, somos responsables de él, no debemos dañarlo, abandonarnos ante una situación de tristeza o depresión, procurando además una buena alimentación, descanso, limpieza exterior e interior manteniéndolo en óptimas condiciones.

Conclusión.

Aunque nosotros no seamos levitas o actualmente no hay templo, nosotros debemos cuidar nuestra relación con El Eterno, quien quiere limpiar el templo que es nuestra vida, el interior de nuestro cuerpo, de nuestro ser y liberarlo de toda maldad.
Las festividades como Yom Kippur o Januka, nos muestran también esa dedicación y purificación tanto de las cosas sagradas como de nuestra casa y de nosotros mismos.

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