No sentenciar la pena capital con base en el entendimiento (sino por el testimonio de dos testigos que hayan visto el crimen)
De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. (Éxodo 23:7 RVR60)
Explicación del mandamiento.
El mandamiento que nos compete hoy dice: “no sentenciarán a la pena capital con base en el entendimiento, sino por el testimonio de dos o tres testigos que hayas que hayan visto el crimen.” La versión Reina Valera lo expresa de la siguiente manera: “De palabra de mentira te alejarás y no matarás al inocente y al justo, porque yo no justificaré al impío.” Otras versiones lo traducen como “mantente alejado de todo fraude” o “no rendirás, falso testimonio.”
Básicamente, estos últimos mandamientos que hemos estado estudiando pretenden enseñarnos el cómo relacionarnos con los demás. Es muy fácil juzgar deliberadamente, y respecto a esto, Maimónides, el gran rabino de la época medieval, dice que no podemos juzgar a una persona solo por la perspectiva, o lo que vimos, sino que tiene que existir el testimonio dé al menos dos o tres testigos.
La Biblia no es como las leyes actuales, donde somos culpables hasta que no se compruebe lo contrario, sino al revés, somos inocentes hasta demostrar lo contrario. Estos mandamientos son muy útiles porque como humanos tendemos a juzgar muy fácilmente o a cuestionar las acciones de otras personas, su modo de vivir, etc. Podríamos tener infinidad de razones y argumentos en los cuales basamos nuestro juicio, no obstante, la realidad es que desconocemos totalmente las verdaderas razones de las acciones o comportamientos de los demás.
Este mandamiento en resumen nos ordena a no condenar al justo, dando pie y oportunidad a conocer ambas partes del caso. Esto es muy aplicable al matrimonio, cuando en ocasiones de un problema interno a la pareja se involucra, por ejemplo, a los padres y los hermanos, que por supuesto solo escuchan la versión de su pariente, mientras que la otra parte es desconocida. Al final, la pareja se reconcilia, pero la familia queda “contaminada” y con una imagen distorsionada de la pareja de su hijo, hija, hermano o hermana.
Tal vez podríamos cuestionar si esto es aplicable a nuestra vida diaria, dado que aquí se habla de una sentencia a muerte, por lo que no parece plausible que nos enfrentemos a algo así en nuestra vida. No obstante, nuestras palabras y juicios “matan” la reputación, imagen y dignidad de los otros. Establecer un juicio a la ligera, sin conocer la realidad o la perspectiva exacta, termina distorsionando nuestro juicio, y por ende, afectando la vida de la otra persona.
Con todo lo anterior, podríamos preguntarnos ¿Entonces, realmente cuántos podríamos considerarnos justos? Pues de acuerdo con las Escrituras, no hay justo ni aún uno, con una excepción, nuestro Mesías Yeshúa. Él murió siendo inocente y cargando nuestras culpas. En Isaías se nos dice que el mesías no iba a juzgar conforme a lo que sus ojos ven, sino conforme a la voluntad del Eterno, cuanto más nosotros, siendo imperfectos, no deberíamos confiar en nuestro propio criterio a la hora de un juicio hacia otros. Si bien, este es un principio práctico, es necesario reconocer que no es sencillo, dada nuestra naturaleza caída, y la batalla librada en el interior con nuestra propia carne.
Es muy interesante que juzgamos muy fácilmente a los hijos de otros, pero cuando se trata de juzgar a nuestros propios hijos, cuesta un poco más de trabajo. Inclusive, a nivel personal, es más sencillo juzgar a otros que a nosotros mismos, somos más rápidos para reconocer los errores y defectos de otros que los propios.
Así que, este mandamiento nos enseña el principio de no juzgar, y de alejarnos de toda palabra ociosa, ya sea chisme, mentira, calumnia, para evitar que en nuestro corazón nazca y crezca alguna raíz “negativa” hacia otra persona. En ocasiones, como por ejemplo en el trabajo, nos puede suceder que nos enteremos sobre algo negativo de alguien, o que una persona se nos acerque a hacernos un comentario sobre los defectos de alguien más, y al momento de tener una oportunidad de conocer de manera personal a ese individuo del que ya hemos recibido algún comentario, se crea cierta distancia o barrera, o ya tenemos un preconcepto sobre él, lo que puede afectar el verdaderamente conocer a la persona. E inclusive, podría suceder que, con el tiempo, y si nos damos la oportunidad de verdaderamente conocer a la persona, nos demos cuenta de que no era verdad todo lo que se decía sobre él. O podría darse el caso, que no necesariamente formemos un concepto equivocado sobre alguien, por lo que otros dicen de él o de ella, sino porque nosotros fuimos testigos de alguna situación, como por ejemplo, ver a un hermano de la congregación, salir de un lugar de no muy buena reputación, y con eso llegar a nuestras propias conclusiones sobre él. Pero la verdad es que reconocemos las razones y el contexto del porqué se encontraba ahí en ese momento, y podríamos estar errando gravemente sobre el carácter y testimonio de la persona.
Conclusión:
Si trasladamos esto a un escenario más común y de la vida diaria, muchas personas argumentan que no suelen ayudar a aquellos en situación de calle, o que piden algún tipo de ayuda monetaria, porque seguramente son personas flojas y aprovechadas que prefieren vivir a costa del trabajo de los demás. Y claro que existen casos así, pero no podemos juzgar deliberadamente porque desconocemos sus circunstancias o su realidad.
A todos en algún momento se nos presentará la oportunidad para juzgar, para lo cual debemos estar preparados para no hacerlo conforme a nuestro entendimiento, sino conforme a la voluntad de Dios, que como vemos aquí, y en línea con lo que Yeshúa nuestro maestro también enseñó, no hacerlo con base en lo que vemos u oímos, sino por el testimonio de dos o tres testigos y así poder hacer un juicio más justo. Esto con el fin de evitar un falso testimonio y causar un daño irreversible en la reputación de otra persona. Limpiar el nombre y la honra de alguien es algo muy complicado una vez que este ha sido afectado.
Relacionado con esto, de acuerdo con un comentario de los jueces del Sanedrín, existía el consejo de sí, por alguna razón fuésemos testigos de una transgresión, primeramente, se preguntaba: ¿conocemos a la persona? Si la respuesta era no, pues no deberíamos ser testigos. Si, por el contrario, la respuesta era afirmativa, pues es nuestro deber exhortarle conforme a la Torá, de otra forma, estaríamos siendo partícipes de ese pecado. Por lo cual, debemos tener siempre en mente este mandamiento, con el fin de evitar a toda costa hacer un juicio equivocado sobre la vida y testimonio de nuestro prójimo.
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